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Los inversores, cada vez más preocupados por los impactos sociales y ambientales de las empresas

El pasado 16 de enero, BlackRock publicó la carta que su presidente, Larry Fink, dirige anualmente a los directores ejecutivos de las compañías en las que la gestora de inversiones cuenta con participación.

El impacto mediático de la misiva de este año se debe a la apremiante llamada de atención sobre la necesidad de desarrollar estrategias que generen valor a largo plazo para el conjunto de la sociedad. Fink comienza contrastando los «enormes beneficios» obtenidos por los inversores desde la crisis financiera con a la angustia, el lento crecimiento salarial y los inadecuados sistemas de pensiones sufridos por millones de ciudadanos a lo largo de todo el planeta.

En su responsabilidad de atender a los intereses de los clientes de BlackRock, que en última instancia son los dueños de las compañías en las que invierte la gestora, Fink subraya la necesidad de adoptar un propósito más allá del retorno económico y de trabajar por la «prosperidad y la seguridad del conjunto de la ciudadanía», lo que en definitiva conlleva la incorporación de criterios sociales, ambientales y de buen gobierno en la gestión empresarial.

La adopción de criterios de inversión no financieros es una corriente cada vez más extendida en instituciones financieras que operan a nivel global. Como ejemplo de claro posicionamiento en esta línea, Norges Bank (el fondo soberano noruego) ha vendido recientemente su participación en BAE Systems, AECOM y otras empresas involucradas en la producción de armamento nuclear por recomendación de su comité ético.

En un paso más allá, se sitúan las instituciones financieras cuya primera misión es promover la inversión en empresas que gestionen de manera responsable sus riesgos sociales y ambientales. Ejemplo de esto es la gestora de fondos italiana Etica SGR, en cuyo comité ético participa Carlos Cordero en representación de Sustentia. Etica SGR, propiedad en un 51% de Banca Popolare Etica, busca combinar la rentabilidad de sus inversiones con la generación de impactos positivos en el conjunto de las comunidades en las que operan.

El papel de los accionistas en la transformación de las empresas
Aunque Fink también señala la posibilidad de desinvertir en empresas cuya estrategia o crecimiento a largo plazo genere dudas, una proporción creciente de los clientes de BlackRock invierte en fondos pasivos que replican de manera automática determinados índices bursátiles, lo que limita las decisiones del fondo a la hora de comprar o vender participaciones en empresas concretas. Aunque a día de hoy existen distintos índices que incluyen criterios sociales, ambientales y de buen gobierno (el más conocido es FTSE4Good), Fink apuesta por adoptar un nuevo rol en las empresas en las que invierte a fin de generar una transformación en la actividad empresarial.

En esta línea, BlackRock se propone cambiar su papel como accionista, lo que implica sustituir la actual delegación de los votos por una participación activa en la gestión de la empresa y abrir nuevas vías de comunicación continua, todo ello con el objetivo final de huir de planteamientos cortoplacistas y promover la creación de valor para el conjunto de la sociedad.

Contribuyendo a construir una sociedad próspera
Según palabras de Fink, la ausencia de un propósito en las decisiones de negocio lleva a las empresas a perder su licencia social y a sucumbir a la presiones cortoplacistas que priorizan la distribución de dividendos, lo que supone sacrificar la innovación, el desarrollo del empleo y las inversiones necesarias para asegurar la continuidad del negocio.

Se trata de un análisis compartido por distintos actores sociales como Oxfam Intermón, que el pasado noviembre publicó el informe «Diferencias Abismales», donde exploraba las prácticas de las empresas del Ibex 35 en materia de sueldos, impuestos y dividendos. Las diferencias salariales, la proliferación de filiales en paraísos fiscales y las políticas de reparto de dividendos que muestra el informe hacen una llamada a replantear los objetivos de estas empresas y la estrategia de creación de valor a largo plazo de cada una de ellas.

En 2017, BlackRock contaba con participación significativa en la mayoría de las empresas del Ibex y tenía una participación mayor o igual al 5% en siete de ellas: Amadeus, BBVA, Cellnex, DIA, Mediaset, Santander y Telefónica. Sin embargo, se trata sólo de una representación del protagonismo de BlackRock a nivel internacional, que con unos activos de 5.700.000 millones de dólares se constituye como la mayor firma de gestión de activos del momento.

El hecho de que los inversores demuestren un interés cada vez mayor por la incorporación de criterios sociales y ambientales en las decisiones de negocio abre la puerta no sólo a una mayor legitimización del sector empresarial, sino a una transformación de la economía hacia un modelo más sostenible.

Aunque los cambios reales que se deriven de esta declaración de intenciones sólo podrán constatarse al cierre de los próximos ejercicios, ciertas iniciativas que hacen atisbar un cambio de modelo. Con el apoyo de ESADE y la Asociación de Inspectores de Hacienda del Estado, Oxfam Intermón y Sustentia vienen liderando desde 2016 un grupo de trabajo dedicado a la definición de indicadores de responsabilidad fiscal empresarial. Como primer fruto de este trabajo, el grupo se reunió en febrero de 2017 con representantes de grandes empresas de los sectores bancario, textil, telecomunicaciones, eléctrico y extractivo a fin de construir un lenguaje común y establecer criterios en la definición del concepto de responsabilidad fiscal.

La colaboración entre empresas y activistas aparece destacada en la carta de Fink como una vía de gran potencial en la búsqueda de soluciones a los nuevos retos sociales. De la capacidad propositiva de estas iniciativas dependerá la posibilidad de iniciar un cambio que refuerce los pasos dados por los inversores en la adopción de nuevos criterios de gestión empresarial.